Retrocediendo en el tiempo, puedo verme de niña, con esa
libertad de ocupar mis días sólo en soñar, de pasar largas horas frente al
espejo, inventando coreografías, cantando, actuando, o jugando con los instrumentos
de mi papá.
A los 12 años, en plena etapa de sueños, la vida me brindó
el desafío de movilizarme sobre una silla de ruedas, tras un accidente. Fueron
tiempos duros para mi familia y para mí, yo no alcanzaba a dimensionar todo lo
que significaba tener más de la mitad de mi cuerpo inmóvil, lo único que les
preguntaba a los médicos era si iba a volver a jugar con mis amigas, a nadar, a
bailar y me esperanzaba con que en algún momento todo se iba a acomodar e iba a
volver a caminar o que la ciencia me ayudaría a hacerlo.
El amor de mis padres, que pasaron largas noches sin dormir
al lado mío mientras estuve internada, sus charlas alentándome a seguir a pesar
de todo, el ejemplo de fortaleza y superación que me enseñaron y mis grandes
amistades que estuvieron desde el primer momento incondicionalmente, fueron los
motores fundamentales para volver a la vida cotidiana.
Continué con el colegio, me adapté rápidamente, hice una
vida normal como toda chica, me divertí mucho, pero por momentos extrañaba la que
alguna vez fui. Me recuerdo enfrentándome al espejo, intentando mover la silla
y mi cuerpo al mismo tiempo para bailar, pero ya no era lo mismo, éramos dos
cuerpos por separado que juntos no funcionaban. Ahí fue cuando comencé a
cuestionarme y a extrañar la libertad que alguna vez tuve y que había perdido.
Al finalizar el colegio, me encontré debatiendo qué carrera
iba a seguir. Mi deseo iba por la rama del arte, pero el miedo y el
desconocimiento me llevaron a elegir las Ciencias Económicas, lo mejor era
buscar la comodidad. Pasaron los años y
comencé a sentirme encerrada en un mundo carente de emociones, de expresión, de
creatividad, necesitaba un cable a tierra, algo que me conectara con los sueños
de niña que aún seguían latentes tan dentro mío.
Comencé la búsqueda, y como por obra del destino, un día mi
mamá me llamó para ver algo en la tele. Era Demian del Grupo Alma, bailando en
un recital de León Gieco. Me impactó y me emocionó muchísimo verlo volar sobre
el escenario, me sentí reflejada en él. ¡Al fin había encontrado un referente!
No pasó mucho tiempo luego de eso, que en mi centro de
rehabilitación me crucé con Majo, una
paciente que conocía sólo de nombre porque mis kinesiólogos y fisiatra me
habían hablado de ella. Me dijo que tenía una invitación para hacerme que tal
vez me interesaría. Me dio un folleto y me comentó que los sábados en el IUNA,
se daba un taller de Danza Integradora. Cuando lo vi, tenía una foto del Grupo
Alma y, para mayor sorpresa, su directora era quien daba los talleres.
¡Era lo que
necesitaba, lo que buscaba, lo que realmente quería! Fue así que decidí entrar
a la página web, mandar un mail y la respuesta fue tan cálida que aumentaron
mucho más mis ganas de dar mi gran paso a una nueva vida.
¡Y la nueva vida
llegó! Mi primera experiencia en Danza Integradora fue amor a primera vista. De
tan ansiosa y feliz que estaba fui sin dormir.
Me encontré con
mis miedos, con mi timidez, con mis prejuicios y con mis ganas de vencer cada
uno de ellos.
La Danza
Integradora me despertó de haber estado mucho tiempo dormida, creyendo que no
existía un lugar de formación en danza para personas con discapacidad. Hoy me
animo a más, porque Susana González Gonz, mi maestra, me dió las herramientas
necesarias para confiar en mí misma y a no sentir vergüenza de estar en
movimiento, por esa razón también comencé a incursionar en otras ramas del
arte, como el teatro.
Al mismo tiempo me
ayudó a manejarme con mayor libertad en la vida, ya que otra de las cosas a la
que le perdí la vergüenza es a manejar mi silla en la calle. No sé por qué
razón la sentía, tal vez porque creía que daba una imagen por la cual la gente
sintiera lástima, o porque tenía un prejuicio social, pensando que la silla
debía ser empujada por otros.
Hoy me conduzco a
mí misma y les enseño a quienes me acompañan que respeten el tiempo que me
lleve hacerlo y a que intervengan cuando realmente lo necesite.
Recuperé la
intensidad del abrazo. Hubo días en los que me cuestioné si un abrazo mío era
tan poderoso como el que se dan dos personas estando de pie. La danza me llevó
a conocer compañeros sobre ruedas que me hicieron redescubrirlo, fue muy
emocionante, me dejó una hermosa sensación de profundidad que conservo hasta el
día de hoy.
Me llevó a
reconciliarme y sincerarme conmigo, a sentir mi silla como parte de mi cuerpo,
tengo plena conciencia de que separadas no funcionamos, todo lo contrario a lo
que pensaba antes, por eso la quiero, la cuido, la respeto y exijo que la
respeten como a cualquier otra parte de mi ser. Es una gran amiga que me
acompaña en la vida y me posibilita a hacer todo lo que desee.
Imagen tomada en la Presentación del
Grupo Alma en el Primer IntegrARTE en los barrios
Danza Integradora
me invita a estar en movimiento, a través de ella exteriorizo mi alma, mis
emociones, mi historia, mi verdad. Ya no extraño la niña que fui, sigo
conectada profundamente con ella y al mismo tiempo disfruto de la mujer que
soy.
Es tan hermoso lo
que vivo en Danza Integradora, que por las noches no me deja dormir, pero sí
soñar.
Aixa Daniela Di Salvo
Testimonio de una de las bailarinas del Grupo Alma, Primera Compañía de Danza Integradora